Nota: Esta es una adaptación del cuento "A Blow in the Dark" de Charles Skinner, pensada para una audiencia infantil.

Durante la Revolución Americana, en una granja cubierta de nieve, una joven valiente enfrenta un dilema: advertir a su amigo del peligro o guardar silencio para no poner a su familia en riesgo. Lo que parece una noche tranquila cambiará con la llegada de un misterioso visitante.

La nieve cubría la granja de los Manheim, convirtiéndola en un pequeño mundo blanco y silencioso. En el interior, el señor Manheim, un hombre de gesto serio, observaba el fuego mientras su hija miraba por la ventana, con el corazón acelerado.
Aquel mismo día, la joven había viajado en secreto para llevar un mensaje a los campamentos estadounidenses. Sabía que un grupo de hombres planeaba un engaño contra el general Washington. Ahora, debía mantener la calma para que nadie sospechara nada.
De repente, un golpe firme en la puerta hizo que todos guardaran silencio. Su padre abrió con cautela y encontró a un hombre alto, de mirada serena y capa cubierta de nieve.
—He cabalgado mucho. ¿Podría darme algo de comer y un lugar donde descansar hasta que pase la tormenta?
Manheim dudó por un momento, pero finalmente lo dejó entrar. Mientras el visitante cenaba, los murmullos en la otra habitación se hicieron más intensos.

Después de la cena, el visitante pidió descansar antes de seguir su camino. Manheim le indicó una habitación en el ala izquierda de la casa. La hija de Manheim fue enviada a su habitación en el lado derecho del pasillo.
En la sala, los hombres comenzaron a susurrar entre ellos. Uno de ellos había entendido mal la conversación de la noche y creyó que el visitante era un espía enemigo. Decidieron comprobar quién era realmente antes de que amaneciera.
Manheim subió las escaleras con una linterna en la mano. Con cuidado, abrió la puerta de la habitación para asegurarse de quién dormía en la cama. En la penumbra, apenas distinguió una figura descansando.
Sin darse cuenta de su error, cerró la puerta y regresó a la sala.
—Todo está en orden —dijo—, pero debemos actuar con precaución.

Los hombres en la sala se quedaron en vela, esperando la madrugada para asegurarse de la identidad del visitante. Sin embargo, antes de que pudieran hacer algo, unos pasos resonaron en la escalera.
Para su sorpresa, el visitante apareció ante ellos, erguido y tranquilo.
—Gracias por su hospitalidad. Ruego que preparen mi caballo para que pueda continuar mi camino —dijo con voz firme.
Los hombres intercambiaron miradas confundidas. Manheim, sintiendo que algo no cuadraba, corrió escaleras arriba para verificar la habitación.
Abrió la puerta y, para su asombro, encontró a su propia hija dormida en la cama que él creía ocupada por el visitante. En la oscuridad, había confundido las habitaciones.

El visitante montó su caballo y partió en la fría madrugada, sin sospechar el alboroto que había dejado atrás. En la granja, Manheim miró a su hija con alivio y entendió la gran lección de aquella noche.
—A veces, el miedo nos hace ver cosas que no son —susurró para sí mismo.
Su hija despertó y, al ver la confusión en el rostro de su padre, sonrió levemente.
—Tal vez esta sea una señal de que debemos pensar mejor antes de actuar —dijo ella.
Manheim asintió, sabiendo que nunca olvidaría lo ocurrido.
Desde aquel día, cada vez que veía la nieve caer, recordaba aquella noche en la que un simple error casi había cambiado sus vidas para siempre.
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