Iván el tonto

Nota: Esta es una versión adaptada del cuento tradicional de Iván el Tonto, basado en un relato popular ruso, pensada para una audiencia infantil.

Imagen inicial del cuento

Había una vez un anciano campesino que, al llegar a su lecho de muerte, llamó a sus tres hijos: Semión, el mayor, Tarás, el segundo, e Iván, el más joven. El anciano era sabio y sabía que sus hijos eran muy diferentes. Semión era astuto y ambicioso, Tarás era fuerte y decidido, pero Iván era considerado por todos un poco "tonto", pues siempre prefería la sencillez y la bondad antes que la riqueza o el poder.

Imagen intercalada 1 del cuento

El padre dejó su herencia de una manera curiosa: a Semión le dio la casa, a Tarás los caballos y a Iván una pequeña parcela de tierra con un viejo buey. Los dos mayores se burlaron de Iván, diciendo que con su regalo no podría hacer gran cosa. Pero Iván, sin quejarse, aceptó su destino con una sonrisa y volvió al campo para trabajar.

Poco después, los hermanos mayores comenzaron a planear cómo enriquecerse. Semión decidió que viajaría a la ciudad para convertirse en comerciante, mientras que Tarás quiso entrenar a sus caballos para ser un gran guerrero. Ambos despreciaron la vida humilde de Iván, quien con paciencia aró su pequeño terreno con la ayuda de su buey.

Un día, mientras Iván trabajaba en su parcela, apareció un espíritu malvado que había sido enviado para causarle problemas. Este espíritu no podía entender por qué Iván, a pesar de no tener casi nada, siempre estaba alegre. Decidió robarle la única fuente de su sustento: su buey.

Imagen intercalada 2 del cuento

El espíritu intentó llevarse al buey durante la noche, pero Iván lo sorprendió. En lugar de asustarse o enojarse, Iván le ofreció un pedazo de pan al espíritu. El espíritu, desconcertado por la bondad de Iván, intentó de nuevo robar al buey, pero cada vez que lo hacía, Iván lo trataba con amabilidad. Al final, el espíritu se sintió tan frustrado que confesó su propósito y, como no podía con Iván, le propuso un trato.

“Te daré algo mejor que este buey,” dijo el espíritu. “Basta con que me dejes en paz.” Iván aceptó con su habitual sonrisa, y el espíritu, intentando librarse del campesino, le dejó un saco de oro antes de desaparecer.

Imagen intercalada 3 del cuento

Cuando Semión y Tarás se enteraron del oro que Iván había recibido, la envidia comenzó a corroerlos. Ambos regresaron al pueblo, fingiendo preocupación por su hermano menor. Semión le propuso a Iván un trato: “Dame tu oro, y te enseñaré cómo convertirte en un comerciante exitoso.” Tarás, por su parte, dijo: “¡Es mejor que me des el oro y me acompañes a entrenar caballos! Así te harás fuerte como yo.”

Iván, siendo bondadoso, les entregó el oro sin pensarlo mucho, pues no tenía interés en riquezas ni en la vida que ellos querían. Los hermanos, satisfechos con su victoria, volvieron a menospreciarlo y se marcharon a cumplir sus planes. Mientras tanto, Iván continuó trabajando en su campo con la misma alegría de siempre.

Pero el espíritu malvado no había terminado con Iván. Esta vez, decidió tentar a sus hermanos con aún más riquezas, sembrando entre ellos la discordia y la codicia.

Imagen intercalada 3 del cuento

El espíritu regresó al campo y, al ver a Iván trabajando felizmente, decidió intentar otra estrategia. Le ofreció un objeto mágico: un horno que cocía pan por sí solo. “Con esto, nunca pasarás hambre,” dijo el espíritu, creyendo que Iván se volvería codicioso.

Iván aceptó el regalo y lo usó para alimentar no solo a su familia, sino también a todos los pobres de la aldea. La fama del horno mágico llegó a oídos de sus hermanos, quienes, cegados por la codicia, volvieron al pueblo para quitárselo. Sin embargo, cuando intentaron usarlo, el horno no les obedeció, pues solo respondía a la bondad de Iván.

Desesperados, los hermanos le pidieron a Iván que les enseñara el secreto, pero él solo les dijo: “El secreto es compartir con los demás sin esperar nada a cambio.” Los hermanos no entendieron, y en su enojo, volvieron a sus propios caminos, mientras Iván continuaba ayudando a su comunidad.

Imagen intercalada 3 del cuento

El tiempo pasó, y las vidas de Semión y Tarás no fueron como ellos esperaban. Semión, a pesar de su riqueza, se sentía vacío y solo. Tarás, aunque fuerte y famoso, vivía en constante conflicto. Ambos hermanos comenzaron a envidiar la vida sencilla pero feliz de Iván.

Un día, el espíritu malvado, cansado de sus fracasos, apareció frente a Iván y le dijo: “No entiendo cómo puedes ser feliz con tan poco. He intentado tentarte y destruirte, pero siempre encuentras una manera de ser alegre.” Iván, con su típica sonrisa, respondió: “La felicidad no está en lo que tengo, sino en cómo lo comparto.”

El espíritu, derrotado, dejó en paz a Iván para siempre. Semión y Tarás, finalmente comprendiendo la lección de su hermano menor, dejaron de lado su codicia y empezaron a ayudar a los demás. Y así, Iván, el tonto que no era tan tonto, vivió el resto de sus días en paz, rodeado de amor y gratitud.

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