Nota: Esta es una adaptación del cuento Uletka and the White Lizard de Baroness Orczy, pensada para una audiencia infantil.

En un reino encantado, el príncipe Elkàbo y su amada hija Uletka vivían en un antiguo castillo de cuatro torres, rodeado de un frondoso bosque. Pero tras la tragedia y el engaño, una maldición de curiosidad y venganza se cierne sobre la vida de la pequeña princesa, cuyo destino cambiará para siempre.

En un hermoso claro en el centro de un gran bosque, el príncipe Elkàbo vivía con su preciosa hija, Uletka, en un viejo castillo con cuatro altísimas agujas. El castillo se alzaba aislado pero majestuoso, con sus muros de piedra brillando a la luz del sol.
Uletka, una niña delicada y encantadora con unas alas brillantes como las de las hadas, que resplandecían con todos los colores del arco iris, jugaba graciosamente en los jardines del castillo. Sus alas, aunque magníficas, delataban un defecto fatal: una curiosidad insaciable.
A pesar de su belleza y dulzura, Uletka estaba marcada por la cruel maldición de la Curiosidad, una maldición otorgada por el hada rencorosa Mutà, que una vez buscó venganza contra la madre de Uletka, Nastia.
Sin ser consciente de todas las consecuencias de su naturaleza, Uletka pronto descubriría que incluso un corazón curioso puede conducir al peligro y al dolor.

La apacible vida en el castillo se vio truncada por la oscura hazaña de Mutá. En un gran lago del bosque, escondida entre nenúfares y lotos, el hada malvada había atraído a la pobre Nastia hasta su muerte.
Mientras Nastia caminaba junto al lago, Mutà se escondió bajo el agua, pidiendo ayuda.
En un cruel giro, el hada arrastró a Nastia bajo la superficie, donde se ahogó y se transformó lentamente en un hermoso nenúfar blanco como la nieve.
El trágico destino de Nastia persiguió al castillo, y aunque el príncipe Elkàbo lloró amargamente por su amor perdido, el recuerdo de aquel triste día perduró como una nube oscura.
A partir de ese día, la maldición de la Curiosidad, heredada por Uletka, empezó a revelar su peligrosa naturaleza, presagiando que la curiosidad, cuando no se controla, podría acarrear terribles consecuencias.

Deseoso de proteger a su hija de la atracción del misterioso lagarto que una vez perteneció al malvado Mutà, el príncipe Elkàbo buscó por todas partes.Descubrió, en una lejana tierra de Japón, un lagarto blanco escondido bajo un racimo de orquídeas.
El príncipe capturó al lagarto y lo encerró en una delicada jaula de alambre de plata. Temiendo que la curiosidad sin límites de Uletka le llevara a liberar al lagarto y desatar los oscuros poderes de Mutà, construyó una pequeña torre cerca del lago para albergar la jaula.
Todos los días, Elkàbo bajaba de la torre para alimentar al lagarto con sus propias manos, llevando siempre la llave colgada del cuello en una cadenita de oro, un secreto que sólo él conocía.
Sin embargo, a pesar de sus precauciones, la curiosa Uletka se acercaba a menudo a la torre, girando el picaporte y deseando descubrir su secreto, aunque las severas advertencias de su padre resonaban en su memoria.

Cuando el príncipe Elkàbo tuvo que partir de viaje, le confió a Uletka la llave de la torre y le ordenó que le trajera cada día un pequeño cuenco de pan.
Creía que ahora que era mayor, podría resistirse a su curiosidad.
Sin embargo, el encanto de la jaula de plata resultó irresistible para Uletka. Con las manos temblorosas y el corazón acelerado, subió a la torre y abrió la puerta.
Dentro de la jaula, la lagartija correteó graciosamente hasta que, en un momento de encantamiento, habló: «Qué hada tan encantadora eres».
Asombrada pero no del todo sorprendida -sabiendo que una criatura tan bonita debía de ser mágica-, Uletka escuchó cómo la lagartija afirmaba ser la Mutá transformada. Se jactaba de que, con su capa mágica, podía convertirla en un hada de verdad con poderes maravillosos. Abrumada por el deseo de convertirse en una, Uletka liberó a la lagartija y, en un instante, se transformó en un hada malvada. En un cruel giro del destino, el hada rasgó las ropas de Uletka, rompió sus delicadas alas y la condujo al oscuro bosque, dejándola llorando en el frío suelo.

Tras horas de vagar por el bosque, Uletka, abrumada por la pena y el pesar, oyó su nombre susurrado suavemente por el viento. La voz, tierna y melancólica, parecía proceder del propio lago encantado.
Atraída por el suave y seductor sonido, Uletka se acercó cautelosamente al agua, con el corazón oprimido por la pena y la esperanza.
Allí, en la brillante superficie del lago, los pétalos de un magnífico nenúfar se desplegaron, revelando una figura luminosa: el espíritu de su madre, Nastia, transformado en un radiante nenúfar.
La voz espectral de Nastia instó a Uletka a continuar su viaje por el bosque, guiándola entre álamos plateados y una palmera encantada hasta una gran haya solitaria, donde encontraría nuevos amigos y un santuario lejos del vengativo Mutá.

Agotada y desconsolada, Uletka llegó hasta la imponente haya y descubrió una pequeña puerta oculta en su tronco. Con manos cansadas, abrió la puerta y entró en una acogedora habitación en miniatura llena de sillas de madera, una mesa tallada en el propio árbol y un festín de nueces, bayas y miel.
Dentro, encontró una comunidad de alegres gnomos que le dieron una calurosa bienvenida, asegurándole que estaría a salvo del mal de Mutà.
Los gnomos le confeccionaron delicadas prendas con telarañas y fibras de hojas muertas, y le hicieron una pequeña silla y utensilios para que pudiera unirse a sus festines diarios.
Aunque Uletka se encariñó con su nuevo hogar, en su corazón persistía una profunda añoranza por su padre y por el castillo de las cuatro torres, una pena silenciosa que nunca desapareció del todo.
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