Nota: Esta es una adaptación del cuento "The Yorkshire Boggart" de A. H. Wratislaw, pensada para una audiencia infantil.

En un apacible pueblo inglés, un misterioso ente, el Boggart, se cuela sin motivo en el hogar de un granjero laborioso, perturbando la paz y generando estragos, especialmente en los pequeños. Esta leyenda enseña que, a veces, lo invisible puede alterar la armonía del hogar y dejar valiosas lecciones.

En una modesta casa del campo, el granjero George Gilbertson vivía tranquilamente con su esposa y sus hijos. Un día, sin previo aviso, un Boggart, criatura invisible para los humanos pero perceptible por los animales, irrumpió en la casa, reclamando el derecho de habitar en ella.
La aparición del ente se sintió como un escalofrío en el ambiente, pues el Boggart mostraba una notable aversión hacia los niños, causando estragos en la inocencia del hogar.
Los pequeños se asustaron al notar que sus alimentos y utensilios desaparecían misteriosamente, y un malestar profundo se instaló en el corazón de la madre, quien no podía soportar el maltrato a sus hijos.
Con el tiempo, la presencia del Boggart se volvió constante, perturbando día y noche la paz de la familia, y haciendo que el granjero se lamentara en silencio por la intrusión.

Cada día, el Boggart se dedicaba a causar molestias de manera arbitraria. Los niños, asustados, notaban que su pan y mantequilla desaparecían y que sus pequeños recipientes de leche eran derribados por manos invisibles.
La escena se repetía sin cesar; en algunas ocasiones, los niños eran encontrados gritando de terror al regresar los padres, recordando viejos cuentos de terror contados en el pueblo.
El granjero y su esposa se sintieron devastados, pues cada maldición del Boggart avivaba el dolor de ver a sus hijos sufrir.

La atmósfera en la casa se volvía cada vez más opresiva, mientras la culpa y el miedo se mezclaban en un ambiente de creciente desesperación.
Las perturbaciones no se limitaban a la cocina; las escaleras de la casa, con una partición de tablas que formaban un pequeño armario, jugaron un papel insólito en la historia.
Un día, el hijo menor, jugando con un zapahorno, introdujo el instrumento en un agujero accidental de una de las tablas.
De manera misteriosa, cada vez que el zapahorno era recolocado en el hueco, el Boggart lo expulsaba con precisión, arrojándolo directamente a la cabeza del niño, causando sorpresa y risas nerviosas.
Con el tiempo, lo que inicialmente se interpretó como un acto terrorífico se convirtió en un extraño juego para los más atrevidos, y los vecinos empezaron a llamarlo “jugar con el Boggart” en su dialecto local.

Durante la noche, el Boggart intensificó sus travesuras. Se escuchaban pasos pesados, como si alguien con zuecos de madera descendiera por las escaleras, y platos de loza y utensilios parecían caer sin razón.
La incesante perturbación afectaba a toda la familia; los niños eran asustados por tirones en las cortinas de sus camas, y un peso invisible los aplastaba hasta casi ahogarlos.
Los gritos de “papá” y “mamá” resonaban noche tras noche, llenando el hogar de angustia y temor.
Cuando el granjero George Gilbertson se marchó con su última carga de muebles, se encontró con un vecino, John Marshall, y entre ambos se entabló una conversación sobre la inaguantable situación.
"Bueno, George, ¿así que al fin te marchas de esa casa?" preguntó John con tono burlón.

"¡Ay, Johnny, estoy forzado a irme, porque ese Boggart nos atormenta de día y de noche!", respondió George con pesar, lamentando la desdicha que había traído consigo la presencia invisible.
La conversación se llenó de jergas locales y resignación, y aunque al final decidieron abandonar la casa, la extraña criatura continuó realizando sus travesuras, dejando una huella indeleble en la memoria del pueblo.
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