Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de Riquete el del Copete, basado en la obra de Charles Perrault, pensada para una audiencia infantil.

Había una vez en un reino lejano un príncipe llamado Riquete, que era muy especial. Aunque era pequeño y un poco torpe, tenía un gran copete de cabello negro y espeso que siempre destacaba. Sus padres, el rey y la reina, estaban preocupados porque él no era tan apuesto como esperaban, pero una hechicera bondadosa les dijo algo maravilloso: Riquete era un niño extremadamente inteligente y, gracias a su inteligencia, podría hacer que otros también fueran más listos.
Riquete creció rodeado de libros y enseñanzas, y aunque no era muy fuerte ni ágil, su ingenio compensaba sus limitaciones. Pronto se hizo famoso en todo el reino por sus consejos y habilidades, y su aspecto tan peculiar se convirtió en su marca. Sin embargo, él soñaba con algo más: quería conocer a alguien que lo amara tal y como era.

En un reino vecino, nació una princesa increíblemente bella, con ojos brillantes y una sonrisa encantadora. Todos en su reino admiraban su belleza, pero había un pequeño problema: la princesa era muy distraída y no lograba aprender las cosas con facilidad. Esto preocupaba mucho a sus padres, el rey y la reina, quienes deseaban que su hija fuera tan sabia como era hermosa.
La misma hechicera que había visitado a los padres de Riquete se presentó ante ellos y les aseguró que su hija, aunque no era muy lista, podía volverse inteligente si encontraba a alguien especial. “El amor puede cambiarlo todo”, les dijo. Así, la princesa continuó creciendo en belleza, pero no lograba mejorar sus habilidades intelectuales. A menudo se sentía triste, pues deseaba ser tan lista como sus hermanos.
Un día, mientras paseaba sola en el bosque, la princesa conoció a Riquete, quien se enamoró de ella al instante. La princesa se sintió intrigada por el joven con el gran copete, pues nunca había conocido a alguien tan original. Riquete, que era muy observador, se dio cuenta de la tristeza en los ojos de la princesa y le preguntó por qué se sentía así.

La princesa le confesó su frustración por no poder aprender cosas tan fácilmente como los demás. Con una sonrisa amable, Riquete le propuso una idea: él podía ayudarla a ser más inteligente si ella lo aceptaba como amigo. La princesa, encantada por su sinceridad, aceptó la propuesta de Riquete, sin saber que aquel sería el comienzo de una hermosa amistad.

Durante semanas, Riquete visitaba a la princesa y le enseñaba cosas nuevas cada día. Poco a poco, la princesa comenzó a notar que podía entender y aprender con mayor facilidad, y empezó a sentirse más segura. Fue entonces cuando Riquete le confesó su secreto: él poseía un don mágico que le permitía compartir su inteligencia con otros.
La princesa, agradecida y emocionada, comenzó a ver a Riquete con otros ojos. Riquete le confesó que también tenía un deseo: deseaba que alguien viera su interior y lo amara por su personalidad, y no solo por su aspecto. La princesa, conmovida, comenzó a entender los sentimientos de Riquete y le prometió que siempre estaría a su lado.
Finalmente, un día Riquete le propuso algo importante a la princesa. Le dijo que si ella aceptaba casarse con él, ella podría conservar toda la inteligencia que había ganado. Aunque al principio la princesa dudó, pronto se dio cuenta de que había comenzado a amarlo, no por su apariencia, sino por todo lo que él le había enseñado y por su gran bondad.

Decidieron casarse, y el día de la boda, algo mágico ocurrió: Riquete se transformó en un hombre muy apuesto, y la princesa se sorprendió. Riquete le explicó que el amor verdadero había cambiado su aspecto y que ella le había dado el regalo más grande de todos. Así, ambos vivieron felices y reinando con sabiduría y amor en sus corazones.
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