Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de La Princesa y el Guisante, basado en la obra de Hans Christian Andersen, pensada para una audiencia infantil.

Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa verdadera. Viajó por todo el mundo buscando a la persona ideal, pero siempre encontraba algún defecto que le hacía dudar. Un día, decidió regresar al castillo sin encontrar a nadie que cumpliera con sus expectativas de una princesa de verdad.
Una noche de tormenta, con el viento soplando fuerte y la lluvia golpeando las ventanas, alguien tocó a la puerta del castillo. Cuando el rey abrió, se encontró con una joven empapada de pies a cabeza, que temblaba de frío. La muchacha dijo que era una princesa, y pidió asilo para pasar la noche. Aunque los reyes eran hospitalarios, tanto el príncipe como su madre, la reina, quisieron asegurarse de que realmente fuera una princesa.
La reina, siendo muy astuta, decidió poner a prueba a la joven. Mandó a preparar una cama para la princesa en una de las habitaciones del castillo. Pero en secreto, colocó un pequeño guisante bajo el colchón, como prueba de su sensibilidad. Luego, ordenó a los sirvientes apilar veinte colchones y veinte almohadas encima, formando una torre altísima.

La joven princesa agradeció el abrigo y la cama que le ofrecieron. Sin saber del guisante escondido, subió cuidadosamente a lo alto de la torre de colchones y almohadas, pensando que sería la cama más cómoda en la que jamás había dormido. Pero, para su sorpresa, apenas se acostó, comenzó a sentir algo incómodo.
A lo largo de la noche, la princesa dio vueltas y más vueltas sin encontrar descanso. Cada vez que intentaba acomodarse, sentía un bulto duro que le molestaba y no le permitía dormir. "¡Qué extraño!" pensaba. "Nunca había dormido en una cama tan incómoda". Aun así, aguantó hasta el amanecer, decidida a no quejarse por educación.
Por la mañana, la reina fue a visitarla para ver cómo había dormido. La princesa, con ojeras y aspecto cansado, respondió que había tenido una noche terrible. “Sentía algo tan incómodo en la cama que apenas pude dormir”, explicó. La reina y el príncipe intercambiaron una mirada de sorpresa.
La reina, satisfecha con la respuesta de la princesa, decidió compartir el secreto de la prueba con su hijo. "Una verdadera princesa es tan delicada y sensible que puede sentir hasta el más pequeño de los objetos bajo tantos colchones. Sólo una princesa auténtica sería capaz de notar un guisante escondido", le explicó al príncipe. Así, la reina estaba convencida de que la joven visitante era una princesa de verdad.

El príncipe se llenó de alegría al escuchar las palabras de su madre. Ahora sabía que había encontrado a la princesa que tanto había buscado. A la mañana siguiente, sin perder tiempo, le propuso matrimonio a la joven, quien aceptó encantada. Ambos estaban felices de haber encontrado a su alma gemela, y los preparativos para la boda comenzaron de inmediato.

El castillo se llenó de alegría, y pronto llegaron invitados de todos los rincones del reino para celebrar la boda del príncipe y la princesa. La joven princesa, ahora con una sonrisa radiante, lucía un hermoso vestido hecho especialmente para ella. El príncipe, emocionado, esperaba en el altar, y cuando la vio llegar, supo que había tomado la decisión correcta.
La reina estaba muy satisfecha, no sólo por haber asegurado que la princesa era verdadera, sino también por la felicidad de su hijo. La boda fue grandiosa, con música, banquetes y danzas que duraron toda la noche. El reino celebró durante días, y todos los habitantes festejaron junto a la pareja.
Y así, el príncipe y la princesa vivieron felices para siempre, agradecidos por aquella noche de tormenta que había unido sus destinos. Y el guisante, que había demostrado la autenticidad de la princesa, fue guardado en el castillo como un recuerdo de la prueba que la joven superó, aunque nunca volvieron a necesitar otra prueba igual.

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