Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de El Ruiseñor, basado en la obra de Hans Christian Andersen, pensada para una audiencia infantil.

Había una vez en China un emperador que vivía en un magnífico palacio. Su hogar estaba lleno de jardines llenos de flores de todos los colores, ríos que serpenteaban entre piedras preciosas, y altos árboles de hojas brillantes. Los viajeros de todo el mundo llegaban para admirar el esplendor del palacio y escribir sobre su belleza. Pero de todo lo que había allí, lo que más llamaba la atención era el canto de un ruiseñor que vivía en el bosque cercano.
El emperador, sin embargo, nunca había escuchado a este ruiseñor. Vivía tan ocupado entre banquetes y reuniones importantes que no sabía de la existencia del pajarito. Hasta que un día, leyó un libro de un visitante extranjero que hablaba del hermoso canto del ruiseñor. El emperador, intrigado y un poco avergonzado, decidió que debía escuchar ese canto.

El emperador llamó a sus sirvientes y les ordenó encontrar al ruiseñor. “¿Cómo es posible que yo, el emperador, no conozca al cantante más famoso de mi reino?” exclamó. Los sirvientes corrieron al bosque, preguntando a todos los que encontraban si habían escuchado el canto del ruiseñor. Finalmente, una cocinera les mostró el camino, pues ella oía al ruiseñor cada noche mientras iba a recoger agua del río.
Guiados por la cocinera, llegaron a un árbol donde el ruiseñor estaba cantando. Su canto era suave y lleno de amor por la naturaleza. Los sirvientes, maravillados, invitaron al ruiseñor a cantar para el emperador en el palacio. El ruiseñor aceptó amablemente, aunque no entendía por qué debía ir a un lugar tan lujoso.
Cuando el ruiseñor llegó al palacio, el emperador y todos sus cortesanos esperaban ansiosos. Cuando el pequeño pájaro comenzó a cantar, su melodía llenó el aire y todos quedaron en silencio, hechizados por la dulzura de su voz. Era un canto tan profundo y hermoso que algunos cortesanos se sintieron conmovidos hasta las lágrimas. El emperador, que jamás había oído algo tan hermoso, le pidió al ruiseñor que se quedara en el palacio para cantar todos los días.

Aunque el ruiseñor amaba su libertad y el bosque, accedió a quedarse un tiempo para alegrar al emperador. Pronto, el emperador comenzó a escuchar su canto todas las noches antes de dormir, y el ruiseñor se convirtió en el mayor tesoro del palacio.

Un día, llegó al palacio un regalo de Japón: un ruiseñor artificial cubierto de diamantes y zafiros, que podía cantar cuando le daban cuerda. Fascinados, los cortesanos comenzaron a elogiar la belleza del pájaro mecánico, diciendo que incluso superaba al verdadero ruiseñor. El emperador, impresionado por el lujo del ruiseñor artificial, pronto olvidó al verdadero ruiseñor, que volvió al bosque.
El emperador disfrutó de su nuevo juguete por un tiempo, escuchando su canción mecánica todas las noches. Pero, con el tiempo, la máquina comenzó a fallar y ya no podía cantar como antes. Los médicos y relojeros del palacio intentaron arreglarlo, pero nunca volvió a ser como antes.
Pasaron los años, y el emperador enfermó gravemente. Ya no tenía energías ni para escuchar el canto del ruiseñor artificial, que ahora guardaban en una caja de cristal. Una noche, sintiéndose solo y triste, el emperador pensó en el verdadero ruiseñor y en la paz que su canto le traía.

Justo entonces, el verdadero ruiseñor apareció en su ventana y comenzó a cantar suavemente. Su melodía era tan hermosa y llena de vida que el emperador, al escucharla, comenzó a sentirse mejor. Con cada nota, el ruiseñor llenaba el corazón del emperador de alegría y esperanza.

El emperador le pidió al ruiseñor que no se marchara nunca, pero el ruiseñor, libre como siempre, le explicó que solo vendría cuando él lo deseara, para recordarle la belleza de la naturaleza y la importancia de valorar lo auténtico. Conmovido, el emperador aceptó y prometió ser un mejor gobernante, uno que cuidara a su pueblo y valorara lo verdadero.
Desde ese día, el ruiseñor regresaba de vez en cuando a cantar al emperador, quien vivió una vida larga y feliz, siempre recordando la enseñanza de su pequeño amigo del bosque.
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