Rumpelstiltskin

Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de Rumpelstiltskin, basado en la obra de Los Hermanos Grimm, pensada para una audiencia infantil.

Imagen inicial del cuento

Había una vez un pobre molinero que tenía una hija muy hermosa y amable. Un día, el molinero, queriendo impresionar al rey, le dijo que su hija tenía el poder de convertir la paja en oro. Al oír esto, el rey, que amaba el oro, ordenó que llevaran a la joven al castillo y la encerró en una habitación llena de paja. Le dio una rueca y le dijo:

—Si quieres salvar tu vida, debes convertir toda esta paja en oro antes de que amanezca.

Imagen intercalada 1 del cuento

La pobre chica se quedó muy asustada, pues no tenía ni idea de cómo hacer tal cosa. Se puso a llorar, y en medio de sus lágrimas, de repente apareció un hombrecito extraño, con una sonrisa astuta y una voz fina.

—¿Por qué lloras? —le preguntó.

—Porque el rey me ha ordenado que convierta esta paja en oro, y no sé cómo hacerlo —sollozó la joven.

—No te preocupes. Yo puedo ayudarte, pero a cambio, tendrás que darme algo.

La chica, desesperada, sacó un collar que llevaba y se lo ofreció al hombrecito.

—¡Trato hecho! —dijo el hombrecito, y se puso a girar la rueca. Pronto, la paja se convirtió en hilos dorados que relucían en la habitación. Al amanecer, cuando el rey vio el oro, se puso muy contento, pero en su avaricia decidió probar a la muchacha una vez más. La llevó a otra habitación, aún más grande y llena de paja, y le ordenó lo mismo.

Nuevamente, la joven comenzó a llorar, y de nuevo apareció el hombrecito.

—Si conviertes esta paja en oro, te daré mi anillo —dijo ella.

El hombrecito aceptó y, como la vez anterior, transformó toda la paja en hilos dorados. Al día siguiente, el rey, al ver la sala llena de oro, se puso aún más codicioso y llevó a la joven a una tercera habitación, mucho más grande, y dijo:

—Si puedes llenar esta habitación con oro, me casaré contigo y serás mi reina.

Imagen intercalada 2 del cuento

Esta vez, la chica no tenía nada más que darle al hombrecito, y cuando él apareció, le suplicó que la ayudara una última vez.

—Haré lo que me pides, pero a cambio, tendrás que darme a tu primer hijo cuando seas reina —dijo él.

La joven no tuvo otra opción y aceptó. El hombrecito comenzó a trabajar en la rueca y, una vez más, convirtió toda la paja en oro. Al ver la habitación llena de oro, el rey cumplió su promesa y se casó con la muchacha, quien pronto se convirtió en reina.

Imagen intercalada 3 del cuento

Pasó el tiempo, y la reina olvidó su trato con el hombrecito. Pero cuando nació su primer hijo, él apareció en su habitación, exigiendo lo que le había prometido. La reina, horrorizada, le suplicó que no se lo llevara, y el hombrecito, al ver su desesperación, decidió hacerle una oferta.

—Si en tres días logras adivinar mi nombre, te dejaré a tu hijo y no volveré a molestarte.

La reina aceptó, y esa misma noche envió a sus sirvientes a investigar todos los nombres del reino. Al primer día, le dijo muchos nombres: Juan, Pedro, Carlos… pero ninguno era correcto. Al segundo día, probó con nombres más extraños, pero el hombrecito solo se reía y decía:

—No, no es mi nombre.

La última noche, uno de los sirvientes de la reina, que había estado explorando el bosque, escuchó a alguien cantar una canción extraña:

Imagen intercalada 3 del cuento

“Hoy horneo pan, mañana cerveza,

el niño de la reina pronto será mi riqueza,

porque nadie sabe que me llamo… ¡Rumpelstiltskin!”

El sirviente corrió al castillo y le contó a la reina el nombre. Cuando el hombrecito regresó al día siguiente, la reina le sonrió y, con calma, le dijo:

—¿Tu nombre es… Rumpelstiltskin?

El hombrecito gritó de frustración, tan enojado que dio un pisotón tan fuerte que desapareció, y nunca volvió a aparecer. La reina, feliz y aliviada, abrazó a su hijo, y vivieron felices para siempre en el reino.

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