El flautista de Hamelín

Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de El Flautista de Hamelín, basado en la obra de Los Hermanos Grimm, pensada para una audiencia infantil.

Imagen inicial del cuento

En un lugar lejano, existía una pequeña y alegre ciudad llamada Hamelín. En Hamelín, los habitantes vivían en paz, cuidaban sus hogares, disfrutaban de los días soleados y las noches tranquilas. Sin embargo, un día, algo terrible sucedió: ¡la ciudad fue invadida por una plaga de ratones!

Los ratones estaban por todas partes. Corrían por las calles, entraban en las casas y se comían toda la comida. Era imposible deshacerse de ellos, y los habitantes comenzaron a preocuparse, pues temían quedarse sin provisiones. No podían trabajar ni dormir, y poco a poco la ciudad entera se sumía en la desesperación.

Los habitantes de Hamelín hablaron con el alcalde para que buscara una solución, así que el alcalde decidió ofrecer una gran recompensa a quien pudiera librar a la ciudad de los ratones. Pegó anuncios por todo el pueblo, esperando que alguien viniera a ayudarlos.

Pasaron unos días hasta que un extraño personaje llegó a Hamelín. Era un joven de ropa colorida, con un gran sombrero y una larga flauta que colgaba de su cinturón. El joven dijo:

– Me llamo Tomás, el Flautista, y puedo deshacerme de todos los ratones de Hamelín.

Imagen intercalada 1 del cuento

El alcalde, sorprendido pero sin muchas opciones, le preguntó:

– ¿Y qué quieres a cambio?

Tomás respondió con una gran sonrisa:

– Si logro sacar a todos los ratones de la ciudad, solo quiero una bolsa llena de oro.

El alcalde aceptó, asegurándole que tendría su recompensa si lograba cumplir la promesa. Así, Tomás tomó su flauta, la llevó a sus labios y comenzó a tocar una melodía suave y misteriosa. Era una música tan bonita que resonaba por cada rincón de Hamelín.

Poco a poco, los ratones comenzaron a salir de sus escondites. Cada uno de ellos, atraído por la melodía, comenzó a seguir a Tomás. El Flautista caminó por las calles de la ciudad tocando su flauta y, detrás de él, miles de ratones lo seguían. Tomás continuó tocando hasta llegar al río cercano a Hamelín. Allí, los ratones, hipnotizados por la música, comenzaron a saltar al agua y desaparecieron para siempre.

La ciudad se quedó en completo silencio. ¡No había quedado ni un solo ratón en Hamelín! Los habitantes se llenaron de alegría y agradecieron a Tomás, el Flautista, por su ayuda. Todos corrían a celebrarlo y le pedían al alcalde que cumpliera su palabra.

Imagen intercalada 2 del cuento

Sin embargo, el alcalde, al ver que la plaga de ratones había desaparecido, cambió de opinión y no quiso darle la bolsa de oro. En su lugar, ofreció a Tomás solo unas pocas monedas.

– ¡Esto no es lo que prometiste! –dijo Tomás, enojado y con el corazón dolido.

Pero el alcalde se negó a darle más, y Tomás se fue del ayuntamiento sintiéndose engañado. Decidido a darle una lección a la ciudad, Tomás tomó su flauta y comenzó a tocar una melodía aún más bella y mágica.

Esta vez, no fueron los ratones quienes escucharon la música, sino los niños de Hamelín. Uno por uno, los niños se acercaron al Flautista, hipnotizados por la dulce melodía, y lo siguieron mientras él caminaba por las calles de la ciudad.

Imagen intercalada 3 del cuento

Los habitantes de Hamelín vieron cómo Tomás se alejaba acompañado de todos los niños. Al darse cuenta del error que habían cometido, corrieron a rogarle al Flautista que se detuviera y que les devolviera a sus hijos. El alcalde, desesperado, le ofreció ahora la bolsa de oro que antes había negado.

Tomás miró al alcalde y dijo:

– Cumpliré mi promesa. Ahora que cumples con la tuya, volverán tus hijos.

Con eso, tocó una última melodía y los niños regresaron felices, saltando y cantando a Hamelín. Los habitantes agradecieron al Flautista, y esta vez lo dejaron ir con el pago prometido.

Desde ese día, Hamelín nunca olvidó la lección sobre la importancia de la honestidad y de cumplir con la palabra dada. La ciudad vivió en paz, sin ratones, y siempre recordaron con gratitud la melodía del Flautista, que resonaba en sus corazones como un recordatorio de su aventura.

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