Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de Jack y las Habichuelas Mágicas, basado en la obra de Joseph Jacobs, pensada para una audiencia infantil.

Había una vez, en un pequeño pueblito, un niño llamado Jack que vivía con su mamá en una casita humilde. Eran tan pobres que apenas les alcanzaba para comprar comida, y dependían mucho de una vieja vaca que les daba leche.

La mamá de Jack hacía queso y mantequilla para vender en el mercado, pero la vaca cada vez daba menos leche. Una mañana, la mamá de Jack decidió que ya no podían cuidar a la vaca, así que le dijo a Jack:
—Jack, hijo mío, lleva la vaca al mercado y véndela. Usa el dinero para comprar comida; así podremos sobrevivir un poco más.
Jack no estaba muy contento de tener que vender a su vaca, ya que le tenía mucho cariño, pero sabía que no tenían otra opción. Entonces, se dirigió al mercado con su vaca.
En el camino, Jack se encontró con un hombre extraño que tenía una gran sonrisa. El hombre miró a la vaca y le dijo a Jack:

—¡Hola, joven! Veo que llevas una hermosa vaca. ¿Qué te parece si la cambio por estas habichuelas mágicas?
Jack miró las habichuelas. Eran de colores brillantes y parecían tener algo especial. Jack pensó que tal vez su mamá se enojaría, pero, curioso y un poco ilusionado, decidió aceptar el trato. Le dio la vaca al hombre, tomó las habichuelas y regresó a casa.
Cuando llegó, la mamá de Jack no estaba nada contenta.
—¿¡Habichuelas mágicas!? —exclamó sorprendida y molesta—. ¡Jack, necesitamos dinero para comida, no semillas!
Y, sin decir más, tiró las habichuelas por la ventana. Esa noche, Jack se fue a dormir con el estómago vacío y un poco triste, pensando que tal vez había cometido un gran error.

Pero al día siguiente, Jack despertó con el canto de los pájaros y un increíble cambio en su jardín. ¡Las habichuelas habían crecido y se habían convertido en una planta gigantesca que llegaba hasta las nubes! Jack, sorprendido y lleno de curiosidad, decidió trepar por la planta para ver adónde lo llevaba.
Trepa que trepa, subió hasta que finalmente llegó a una tierra mágica, en lo alto de las nubes. Allí, Jack vio un castillo enorme y decidió acercarse para explorar. La puerta estaba entreabierta, así que Jack entró y se asombró de todo lo que veía. El castillo era grandísimo, y en el suelo había objetos brillantes y enormes muebles de oro.
Mientras caminaba por el castillo, escuchó pasos fuertes. ¡BUM, BUM, BUM! El sonido retumbaba en el suelo y, asustado, Jack se escondió detrás de una silla. Desde allí vio entrar a un gigante grandote y con voz grave, que decía:
—¡Fee-fi-fo-fum! ¡Huelo a un niño humano!
Jack temblaba de miedo, pero el gigante no lo vio. El gigante se sentó en una enorme mesa y sacó una gallina muy especial. La colocó sobre la mesa y dijo:

—¡Pon un huevo de oro!
Y, para sorpresa de Jack, ¡la gallina puso un huevo de oro brillante! Jack pensó que si tuviera esa gallina, él y su mamá jamás volverían a pasar hambre.
Cuando el gigante se quedó dormido, Jack se acercó a la gallina, la tomó suavemente y salió corriendo del castillo. Bajó por la planta de habichuelas lo más rápido que pudo y llegó a su casa muy emocionado.

Le mostró la gallina a su mamá y, para su sorpresa, ¡la gallina puso otro huevo de oro! Su mamá, al principio asombrada, finalmente estaba feliz y aliviada.
Con el tiempo, sin embargo, Jack sintió curiosidad por saber qué más podía haber en el castillo del gigante, así que un día decidió trepar de nuevo por la planta de habichuelas.
Esta vez, cuando llegó al castillo, vio que el gigante estaba contando monedas de oro en una bolsa enorme. Jack pensó que esas monedas les ayudarían mucho. Así que, después de que el gigante se durmiera, Jack se acercó con mucho cuidado y tomó un puñado de monedas. Pero, cuando iba saliendo, una moneda se cayó al suelo e hizo un ruido fuerte. ¡El gigante se despertó!
—¡Fee-fi-fo-fum! ¡Huelo a un niño humano! —gritó, levantándose y buscando por todo el castillo.
Jack corrió tan rápido como pudo, agarrando la bolsa de monedas. Bajó la planta de habichuelas y escapó, llegando a casa justo antes de que el gigante pudiera atraparlo. Jack y su mamá ahora tenían suficientes monedas para vivir tranquilos por mucho tiempo.

Aun así, Jack no podía dejar de pensar en el castillo, y tiempo después, decidió subir una última vez. En esta ocasión, encontró una arpa dorada que tocaba música hermosa por sí sola. Sin embargo, cuando Jack la tomó, el arpa comenzó a tocar y cantar:
—¡Socorro! ¡Un ladrón! ¡Un ladrón!
El gigante despertó de inmediato y empezó a perseguir a Jack, quien bajó rápidamente por la planta de habichuelas, sosteniendo el arpa dorada. Cuando llegó al suelo, Jack gritó:
—¡Mamá! ¡Rápido, tráeme un hacha!
Su mamá, viendo el peligro, le pasó el hacha, y Jack comenzó a cortar la planta de habichuelas con todas sus fuerzas. Finalmente, la planta se partió, y el gigante cayó desde las nubes, desapareciendo para siempre.
Jack y su mamá vivieron felices y cómodos desde entonces, gracias a la gallina de los huevos de oro y al arpa mágica. Jack aprendió a ser valiente, pero también a ser prudente, y nunca volvió a arriesgarse tanto. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.

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