Nota: Esta es una versión adaptada del cuento original de Peter Pan, basado en la obra de J.M. Barrie, pensada para una audiencia infantil.

Había una vez, en la gran ciudad de Londres, una familia muy especial llamada Darling. La familia estaba formada por el señor y la señora Darling y sus tres hijos: Wendy, John y el pequeño Michael. Vivían en una hermosa casa y, todas las noches, antes de irse a dormir, Wendy les contaba a sus hermanos fantásticas historias de aventuras, piratas y tierras mágicas.

Lo que los niños no sabían era que una de esas historias que tanto les gustaba, la de Peter Pan, era más real de lo que imaginaban. Peter Pan era un niño que vivía en un lugar lejano y mágico llamado el País de Nunca Jamás, un lugar donde los niños nunca crecían. Wendy siempre hablaba de él en sus cuentos, y John y Michael soñaban con algún día conocerlo.
Una noche, algo sorprendente sucedió. Mientras los tres niños dormían en su habitación, Peter Pan, acompañado de su fiel amiga, el hada Campanita, voló hasta la ventana. Peter Pan visitaba la casa de los Darling a menudo para escuchar las historias que Wendy contaba, pues le encantaban. Pero esa noche, Peter no estaba solo para escuchar. Había venido con un plan: llevar a Wendy, John y Michael al País de Nunca Jamás para vivir una verdadera aventura.
—¡Hola, Wendy! —dijo Peter en voz baja, mientras la despertaba suavemente. Wendy abrió los ojos sorprendida, no podía creer lo que veía.
—¡Peter Pan! —exclamó ella emocionada—. ¿Eres de verdad?

Peter sonrió y asintió con la cabeza. Campanita, quien brillaba como una pequeña estrella, revoloteaba a su alrededor.
—Sí, soy real, y he venido para llevarlos a ti y a tus hermanos al País de Nunca Jamás —respondió Peter—. ¡Allí no tendrán que crecer nunca y vivirán aventuras increíbles!
Wendy, emocionada pero también un poco nerviosa, despertó a John y Michael, quienes no podían creer lo que estaba ocurriendo. ¡Peter Pan, el niño de los cuentos, estaba allí frente a ellos, invitándolos a volar a un lugar mágico!
—Pero... no sabemos volar —dijo John, preocupado.
—Eso no es problema —dijo Peter sonriendo—. Con un poco de polvo de hada y pensamientos felices, cualquiera puede volar.
Campanita, que era pequeña pero muy poderosa, sacudió sus alas y esparció un polvo brillante sobre los niños. Inmediatamente, Wendy, John y Michael sintieron una extraña ligereza, como si el suelo dejara de empujarlos hacia abajo. Entonces, Peter les pidió que pensaran en los momentos más felices de sus vidas, y poco a poco, comenzaron a elevarse del suelo, flotando como si fueran plumas.
—¡Estamos volando! —gritó Michael, el más pequeño, mientras flotaba por la habitación.
—¡Síganme! —dijo Peter, volando hacia la ventana abierta. Y así, los cuatro niños salieron volando hacia el cielo nocturno de Londres.

Mientras volaban sobre la ciudad, las luces de las casas y las calles se veían como pequeños puntos brillantes en la oscuridad. Más allá, se podía ver el río Támesis brillando bajo la luna. Los niños estaban asombrados. Nunca en su vida habían imaginado algo tan maravilloso. Volaban como aves, sin esfuerzo, rodeados de estrellas.
—¡Hacia el País de Nunca Jamás! —gritó Peter mientras lideraba el camino.
El viaje fue largo, pero no se dieron cuenta porque estaban maravillados con todo lo que veían. Volaron sobre ciudades, mares, y finalmente llegaron a un lugar que parecía sacado de un sueño: el País de Nunca Jamás. Era una isla llena de colinas, montañas, bosques frondosos, lagos brillantes y cuevas misteriosas. Allí, el tiempo no parecía existir. Nadie envejecía y todo estaba siempre listo para la próxima aventura.
En el País de Nunca Jamás vivían los Niños Perdidos, un grupo de chicos que, como Peter, no querían crecer. Todos eran valientes, juguetones y siempre estaban listos para enfrentarse a cualquier reto. Wendy, John y Michael se unieron a ellos rápidamente, jugando y explorando la isla.
Pero no todo en Nunca Jamás era perfecto. En el mar que rodeaba la isla navegaba un barco pirata, comandado por el temible Capitán Garfio. Garfio odiaba a Peter Pan. Años atrás, en una pelea, Peter le había cortado una mano, y ahora, en lugar de ella, el capitán tenía un gancho de hierro que usaba como arma. Desde entonces, Garfio había jurado vengarse de Peter Pan.

El barco pirata se llamaba El Jolly Roger y estaba tripulado por una banda de piratas malvados, entre ellos Smee, el más torpe pero leal al capitán. Cada vez que veían a Peter y los Niños Perdidos, intentaban atraparlos, pero Peter siempre lograba escapar con su astucia y rapidez.
Un día, mientras Wendy, John y Michael jugaban cerca de la costa, el Capitán Garfio y sus piratas lograron capturarlos. Garfio tenía un plan: usar a los hermanos como cebo para atrapar a Peter Pan. Los llevó a bordo de su barco y los encerró en una oscura y fría celda.
Peter, al enterarse de lo ocurrido, no perdió tiempo. Con la ayuda de Campanita y los Niños Perdidos, trazó un plan para rescatar a sus amigos. Volaron hasta el barco pirata en plena noche, mientras los piratas dormían. Peter, con su habilidad para moverse sin hacer ruido, se coló a bordo y liberó a Wendy, John y Michael.
Sin embargo, cuando intentaban escapar, el Capitán Garfio los descubrió. Se produjo una gran pelea en cubierta. Peter Pan y Garfio se enfrentaron una vez más, espada contra gancho. Los piratas intentaron ayudar a su capitán, pero los Niños Perdidos los enfrentaron con valentía, lanzándoles cuerdas, objetos y cualquier cosa que encontraran a mano.
Finalmente, Peter logró desarmar a Garfio, quien, en un descuido, cayó por la borda. Justo en ese momento, el cocodrilo que le había comido la mano apareció, atraído por el sonido del tic-tac del reloj que siempre llevaba dentro de su estómago. El Capitán Garfio, al verlo, gritó de terror y nadó lo más rápido que pudo para escapar del cocodrilo.

Con los piratas derrotados, Peter Pan y los niños celebraron su victoria. Habían salvado a Wendy, John y Michael, y ahora podían regresar a la isla a continuar con sus aventuras.
Sin embargo, después de tantas emociones, Wendy empezó a pensar en su hogar. Aunque el País de Nunca Jamás era un lugar increíble, ella sabía que tarde o temprano tendría que crecer. Quería regresar a Londres, junto a sus padres. John y Michael también extrañaban su hogar.
Peter, aunque triste, entendió que Wendy y sus hermanos debían regresar. Les prometió que, aunque volvieran a casa, siempre los recordaría, y que mientras existieran niños en el mundo que soñaran con aventuras, Peter Pan seguiría volando y viviendo en el País de Nunca Jamás.

Con la ayuda de Campanita, Peter los llevó de vuelta a Londres. Volaron de regreso sobre los tejados de la ciudad hasta llegar a la casa de los Darling. Cuando entraron por la ventana de la habitación, todo parecía tal como lo habían dejado.
Los tres niños se despidieron de Peter Pan, quien les sonrió una última vez antes de volar de regreso al País de Nunca Jamás.
Wendy, John y Michael nunca olvidaron las aventuras que vivieron junto a Peter Pan. Aunque crecieron, siempre recordaron el tiempo que pasaron en ese lugar mágico, y en sus corazones, Peter Pan vivió por siempre como el niño que nunca quiso crecer.
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