Este cuento es una adaptación de The Money Box, escrito por Hans Christian Andersen.

En una habitación repleta de juguetes, una orgullosa alcancía de barro contemplaba su dominio desde lo alto de un armario. Sabía que valía más que todos los demás, pues estaba llena de monedas. Pero en el mundo de los juguetes, incluso la riqueza tiene su final...

La alcancía, con forma de cerdito, estaba orgullosa de su posición. Desde la cima del armario, miraba a los demás juguetes con condescendencia. Dentro de su barriguita de barro, guardaba monedas de distintos tamaños, y eso lo hacía sentir superior.
—Podría comprar a todos ustedes si quisiera —se jactaba el cerdito de barro.
Los otros juguetes no lo desmentían, pero tampoco se preocupaban. La gran muñeca de porcelana, cuyo cuello había sido reparado, prefería jugar a ser una dama distinguida. El caballito de madera soñaba con carreras veloces. Y el pequeño teatro de juguete reunía a todos para representar grandes obras.
Una noche, cuando la luna iluminaba la habitación, la muñeca propuso un juego: "¡Juguemos a ser adultos!" Todos aceptaron, menos el cerdito, que se consideraba demasiado importante para tales trivialidades.

Los juguetes organizaron una obra de teatro en la que cada uno desempeñó un papel. El caballito de madera habló de carreras, el vagón de juguete explicó los misterios del ferrocarril, y hasta el reloj, con su monótono "tic-tac", se creyó un gran orador de política.
El cerdito, aunque distante, decidió observar la función. Estaba convencido de que al final, todos volverían a hablar de él y de su gran riqueza.

Cuando la obra terminó, la muñeca, emocionada, aplaudió con tanta fuerza que su frágil cuello se resquebrajó otra vez. El cerdito sintió que debía recompensar el esfuerzo de los actores.
—Alguno de ustedes será enterrado conmigo cuando llegue el día —declaró solemnemente.
Los demás lo miraron en silencio. No sabían si tomárselo como un honor o como un destino aterrador.
El cerdito de barro estaba tan absorto en su grandeza que no vio lo inevitable.
Un día, sin previo aviso, perdió el equilibrio y cayó desde lo alto del armario. Se estrelló contra el suelo en un estruendoso golpe.
Las monedas salieron disparadas en todas direcciones. Algunas giraron como trompos, otras rodaron bajo los muebles, y la más grande, una reluciente moneda de plata, rodó hasta quedar fuera de la vista.

Los juguetes quedaron en silencio. El cerdito, que tanto se había enorgullecido de su contenido, ahora no era más que fragmentos rotos.
Al día siguiente, los restos de la alcancía fueron barridos y desechados, y en su lugar pusieron una nueva alcancía de cerámica... pero esta estaba vacía.
El tiempo pasó, y los juguetes continuaron con sus juegos. Nadie volvió a hablar del cerdito roto. Solo el teatro de juguete, al organizar una nueva obra, susurró:
—Las riquezas pueden llenarnos, pero no nos hacen eternos.
Pero los demás juguetes ya estaban demasiado ocupados jugando a ser adultos otra vez.
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