Nota: Esta es una versión adaptada del cuento tradicional de Vasilisa la Bella, basado en la recopilación de Aleksandr Afanásiev, pensada para una audiencia infantil.

Había una vez en un lejano reino una niña llamada Vasilisa. Ella era muy hermosa, con ojos tan brillantes como el cielo y cabello dorado como los rayos del sol. Pero lo que hacía a Vasilisa especial no era solo su belleza, sino su bondad y valentía. Lamentablemente, cuando era pequeña, su madre enfermó gravemente. Antes de morir, llamó a Vasilisa a su lado y le entregó un pequeño regalo envuelto en un pañuelo bordado.

“Querida hija,” le dijo su madre, “te dejo esta muñeca mágica. Cada vez que estés triste o tengas problemas, dale de comer un poco de pan y cuéntale tus penas. Ella te ayudará, pero recuerda: debes ser siempre buena y valiente.” Vasilisa, entre lágrimas, prometió cuidar de la muñeca. Poco después, su madre falleció, y aunque el corazón de la niña estaba roto, el regalo la consoló.
Con el tiempo, el padre de Vasilisa volvió a casarse. Su nueva esposa tenía dos hijas que, aunque eran bonitas, tenían corazones fríos y crueles. Desde el primer día, trataron a Vasilisa como a una sirvienta, obligándola a hacer todas las tareas del hogar. Sin embargo, Vasilisa soportaba todo con paciencia, ayudada siempre por su muñeca mágica.
Un día, el padre de Vasilisa tuvo que viajar lejos por trabajo, dejando a la niña sola con su madrastra y sus hermanastras. Viendo que no había nadie para protegerla, las tres mujeres comenzaron a ser aún más crueles. Le daban las tareas más difíciles y le ponían trampas para que fallara.

Una noche, mientras el viento aullaba afuera, la madrastra decidió idear un plan para deshacerse de Vasilisa. Apagó todas las luces de la casa y le dijo a la niña: “Vasilisa, necesitamos fuego para la casa. Ve al bosque y pídele una brasa encendida a Baba Yagá.” Baba Yagá era una temida bruja que vivía en una cabaña que caminaba sobre patas de gallina. Nadie que iba a visitarla regresaba jamás.
Aunque Vasilisa tenía miedo, no se atrevió a desobedecer. Antes de salir, fue a su habitación y le dio un trocito de pan a su muñeca. “Muñeca querida, ¿qué debo hacer? ¿Cómo sobreviviré en el bosque y frente a Baba Yagá?” La muñeca, como siempre, cobró vida y le respondió: “No tengas miedo, Vasilisa. Sigue mi consejo y todo saldrá bien.”

Con la muñeca en su bolsillo, Vasilisa se adentró en el oscuro y espeso bosque. El viento susurraba entre los árboles y las sombras parecían moverse a su alrededor. Después de caminar durante horas, vio algo extraño: tres jinetes pasaron a su lado. Uno llevaba un caballo blanco y ropa blanca; el segundo, un caballo rojo y ropa del mismo color; y el tercero, un caballo negro con atuendo oscuro como la noche.
“¿Quiénes son?” preguntó en voz baja, pero la muñeca le dijo: “No temas, son los sirvientes de Baba Yagá. Su casa está cerca.” Poco después, Vasilisa vio una luz que brillaba a través de los árboles. Era la cabaña de Baba Yagá, que descansaba sobre enormes patas de gallina. La cerca que la rodeaba estaba hecha de huesos humanos y en las estacas se alzaban calaveras con ojos brillantes como antorchas.
Reuniendo todo su valor, Vasilisa se acercó y llamó a la puerta. Esta se abrió con un fuerte chirrido, y allí estaba Baba Yagá, con su largo cabello blanco y ojos que ardían como carbones encendidos. “¿Quién se atreve a molestarme?” gruñó la bruja.

“Soy Vasilisa,” dijo la niña, tratando de no temblar. “Mi madrastra me envió a pedirte una brasa encendida para nuestra casa.” Baba Yagá la miró fijamente y luego soltó una carcajada. “¡Muy bien! Te daré lo que pides, pero antes debes trabajar para mí. Si cumples mis tareas, vivirás. Si fallas… serás mi cena.”
Durante tres días, Baba Yagá le dio a Vasilisa tareas imposibles: separar montones de semillas mezcladas, limpiar su casa mágica y tejer hilo que parecía infinito. Cada noche, Vasilisa lloraba y pedía ayuda a su muñeca. La muñeca, con su magia, completaba las tareas mientras Vasilisa descansaba.
La bruja se sorprendió al ver que la niña lograba todo a la perfección. “¿Cómo lo haces?” le preguntó un día. Pero Vasilisa solo respondió: “Es gracias a la bendición de mi madre.” Baba Yagá, sospechando algo, decidió someterla a una última prueba.

Finalmente, Baba Yagá le dijo: “Has hecho bien tu trabajo, niña. Aquí tienes tu brasa.” Le entregó una calavera encendida con ojos brillantes. Vasilisa agradeció a la bruja y comenzó su camino de regreso a casa.
Al llegar, encontró que la madrastra y las hermanastras estaban enfurecidas y hambrientas, pues sin fuego no habían podido cocinar ni calentarse. Pero cuando Vasilisa entró con la calavera, esta lanzó un resplandor tan intenso que quemó a las tres mujeres malvadas hasta convertirlas en cenizas.
Vasilisa, aunque sorprendida, entendió que la calavera había castigado la maldad de su familia. Con el tiempo, logró encontrar un nuevo hogar y, gracias a su habilidad para hilar y tejer, fue conocida en todo el reino.

Un día, mientras hilaba un hilo de lino tan fino como una telaraña, un mensajero del zar pasó por su casa y vio su trabajo. Llevó el hilo al palacio, y el zar quedó tan impresionado que quiso conocer a la joven que lo había hecho. Cuando vio a Vasilisa, se enamoró de su bondad y belleza.
Vasilisa y el zar se casaron en una gran celebración, y ella llevó consigo a su fiel muñeca. Vivieron felices para siempre, y aunque Vasilisa había enfrentado grandes peligros, nunca perdió su bondad ni su valentía.
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