Nota: Esta es una versión adaptada del cuento tradicional de La Rana Princesa, pensado para una audiencia infantil.

En un reino muy, muy lejano, un misterioso estanque guardaba un secreto mágico. Este cuento nos lleva a conocer a una joven princesa y a una rana que, aunque pequeña y verde, tenía un corazón lleno de sorpresas.

Había una vez una princesa que vivía en un gran castillo rodeado de bosques y jardines. Cerca del castillo había un hermoso estanque con agua tan clara como el cristal. La princesa solía pasear por allí llevando una pelota de oro, su juguete favorito.
Un día, mientras jugaba, la pelota se le escapó de las manos y cayó al estanque. La princesa corrió a la orilla, pero no podía alcanzarla porque estaba muy profunda. Desesperada, se sentó a llorar.
De repente, una pequeña rana salió del agua y habló. Sí, ¡habló! "Princesa, ¿por qué lloras?" dijo la rana con una voz dulce. La princesa, sorprendida, explicó lo que había pasado.
La rana sonrió y dijo: "Puedo recuperar tu pelota, pero ¿qué me darás a cambio?" La princesa, dispuesta a cualquier cosa, respondió: "¡Lo que quieras! Ropa, joyas, incluso mi corona".

Pero la rana negó con la cabeza. "No quiero nada de eso. Lo que quiero es que me dejes ser tu amiga. Déjame comer contigo, dormir en tu cama y vivir contigo en el castillo".

Aunque la petición era extraña, la princesa accedió rápidamente, pensando que una rana no podría seguirla hasta el castillo. "Lo prometo", dijo. Entonces, la rana se sumergió en el agua y pronto salió con la pelota dorada.
La princesa tomó la pelota, dio las gracias y corrió al castillo. Estaba tan contenta que olvidó completamente su promesa. Pero esa misma noche, mientras cenaba con su familia, alguien llamó a la puerta.
Cuando el rey preguntó quién era, la princesa se puso pálida. Desde el otro lado de la puerta, una pequeña voz croó: "Princesa, abre la puerta. ¿No recuerdas tu promesa en el estanque?"
El rey, al escuchar la historia, le recordó que debía cumplir su palabra. A regañadientes, la princesa abrió la puerta, y la rana entró saltando alegremente.

Aunque al principio le parecía molesto, la princesa comenzó a cumplir su promesa. Dejó que la rana comiera en su plato y que durmiera en su almohada. Al principio estaba disgustada, pero con el tiempo, se dio cuenta de que la rana era amable y divertida.
Pasaron varios días, y la princesa empezó a sentir cariño por su peculiar amiga. "No eres tan mala compañía", admitió una noche. La rana sonrió y le agradeció su paciencia y amabilidad.
Esa misma noche, antes de dormir, la rana le pidió un favor más: "¿Podrías darme un beso, princesa?" Aunque dudó, la princesa decidió hacerlo como gesto de gratitud.
Tan pronto como la princesa besó a la rana, ocurrió algo increíble. Un destello de luz llenó la habitación, y la pequeña rana se transformó en un apuesto príncipe. La princesa estaba asombrada.

El príncipe explicó que una malvada bruja lo había convertido en rana y que solo un gesto de verdadero cariño podía romper el hechizo. "Gracias a ti, soy libre", dijo el príncipe con una gran sonrisa.
El rey, la reina y todos en el castillo celebraron el fin del hechizo. La princesa y el príncipe se hicieron grandes amigos, y con el tiempo, su amistad se convirtió en amor.
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