La liebre y la tortuga

Nota: Esta es una versión adaptada del cuento tradicional de La liebre y la tortuga, pensada para una audiencia infantil.

Imagen inicial del cuento

En un lejano bosque lleno de árboles altos y flores de colores, vivían muchos animales que, como tú, aprendían cada día nuevas lecciones. Uno de estos aprendizajes quedó grabado en una historia que ha viajado por generaciones: la historia de una liebre veloz y una tortuga persistente.

Imagen capítulo 1

Una mañana soleada, en un claro del bosque, la liebre se pavoneaba frente a un grupo de animales.

—¡Mírenme! Soy la más rápida de todos —dijo mientras daba brincos veloces de un lado a otro.

Los animales la observaban, algunos asintiendo con admiración, pero otros comenzaban a sentirse incómodos con su actitud. Fue entonces cuando la tortuga, que descansaba cerca, levantó la voz.

—Liebre, no deberías presumir tanto. La velocidad no lo es todo.

Los animales quedaron en silencio, sorprendidos por el comentario de la tranquila tortuga. La liebre soltó una carcajada.

—¡Qué graciosa eres, tortuga! Tú, tan lenta, ¿qué podrías saber sobre ser la mejor?

Sin perder la calma, la tortuga respondió:

—Quizás soy lenta, pero con esfuerzo y paciencia, puedo llegar tan lejos como tú.

—¿Ah, sí? —respondió la liebre, burlona—. Entonces, te desafío a una carrera.

Imagen capítulo 2

La noticia de la carrera se esparció rápidamente. Los animales se reunieron en un camino despejado del bosque para ser testigos del evento. El búho, sabio y justo, fue elegido como juez.

—¡Atención! —anunció el búho—. La carrera comienza en esta roca y termina en el gran árbol junto al río. El primero en tocar el tronco será el ganador.

La tortuga se colocó en la línea de salida, tranquila y enfocada. La liebre, por su parte, se estiraba mientras seguía burlándose.

Imagen capítulo 3

—No tienes ninguna oportunidad, tortuga —dijo, riendo.

—Eso lo veremos —respondió la tortuga con serenidad.

El búho levantó una rama como señal de inicio.

—¡Listos, a sus marcas... fuera!

La liebre salió disparada como una flecha, dejando a la tortuga muy atrás. Todos los animales aplaudieron su rapidez, pero la tortuga, sin alterarse, dio su primer paso lento y firme.

En cuestión de minutos, la liebre ya había recorrido más de la mitad del camino. Al mirar hacia atrás, vio a la tortuga, aún cerca de la línea de salida.

—¡Qué ridículo! —se dijo—. Esta carrera es demasiado fácil.

Imagen capítulo 4

Decidió que tenía tiempo de sobra para descansar y se recostó bajo un árbol cercano. Mientras tanto, la tortuga continuaba avanzando, paso a paso, sin detenerse ni una vez.

La liebre, confiada en su victoria, terminó quedándose dormida bajo la sombra del árbol. Mientras tanto, la tortuga, aunque lenta, siguió adelante. Cada paso la acercaba un poco más al gran árbol junto al río.

Cuando la liebre despertó, el sol estaba más bajo en el cielo. Miró hacia adelante y, para su sorpresa, vio a la tortuga mucho más cerca de la meta.

—¡No puede ser! —gritó, y salió corriendo a toda velocidad.

Sin embargo, aunque la liebre se esforzó por alcanzarla, la tortuga tocó el tronco justo antes de que ella llegara.

Imagen capítulo 5

Todos los animales estallaron en aplausos. La tortuga había ganado la carrera. La liebre, avergonzada, bajó las orejas.

—¿Cómo es posible? —preguntó la liebre, todavía sin entender.

La tortuga sonrió con amabilidad y dijo:

—Con paciencia y esfuerzo, cualquier meta es posible. No importa la rapidez, sino la constancia.

Desde aquel día, la liebre dejó de presumir, y la historia de la carrera quedó grabada en la memoria de los animales como una lección de humildad y perseverancia.

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