Luna y el secreto del arcoíris

Imagen inicial del cuento

Luna era una niña curiosa que pasaba horas explorando la naturaleza. Siempre había algo nuevo y fascinante que descubrir: insectos con colores brillantes, plantas que bailaban al viento, o el sonido del agua corriendo por los arroyos después de la lluvia.

Imagen intercalada 1 del cuento

Pero lo que más le intrigaba eran los arcoíris. Se preguntaba cómo aparecían en el cielo, si acaso eran mágicos o si escondían algún secreto que nadie más había descubierto.

Un día, mientras observaba el cielo después de una lluvia ligera, algo inusual llamó su atención. En el suelo, entre la hierba mojada, había una pequeña puerta dorada, apenas visible. Luna se acercó, y al tocarla, la puerta se abrió suavemente, revelando un brillante sendero de colores que la invitaba a entrar. Sin pensarlo dos veces, cruzó la puerta y se encontró en un lugar asombroso: el taller de Arco, el creador de los arcoíris.

El taller estaba lleno de herramientas mágicas: prismas gigantes que reflejaban todos los colores del espectro, frascos llenos de luz solar, y un gran caldero donde gotas de lluvia se mezclaban para crear los colores más vivos. Arco, un ser amable y risueño, se encontraba ajustando una gran rueda llena de cristales. Cuando vio a Luna, sonrió y dijo:

Imagen intercalada 2 del cuento

—¡Bienvenida, pequeña exploradora! Estaba esperándote.

Luna, sorprendida, preguntó cómo sabía su nombre.

—Los arcoíris no solo iluminan el cielo —respondió Arco—. También iluminan el corazón de aquellos que se atreven a soñar y explorar.

Arco le explicó que los arcoíris se forman cuando la luz del sol pasa a través de gotas de agua en el aire, cada una actuando como un pequeño prisma que descompone la luz en colores brillantes. Mientras le contaba esto, la guió por el taller, mostrándole cómo ajustaba los colores para que cada arcoíris fuera único.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Luna con curiosidad.

—Porque el mundo necesita recordatorios de que siempre hay belleza, incluso después de las tormentas —respondió Arco, guiñándole un ojo.

Imagen intercalada 3 del cuento

Fascinada por todo lo que había aprendido, Luna quiso saber si podía ayudar de alguna manera. Arco le entregó una pequeña gema que brillaba como un rayo de sol y le dijo:

—Toma esto. Es una parte de un arcoíris. Si alguna vez encuentras a alguien que necesite un poco de esperanza, muéstrales este brillo y cuéntales lo que has aprendido aquí.

De regreso a casa, Luna decidió compartir su experiencia con sus amigos. Les habló sobre Arco y cómo los arcoíris eran mucho más que simples colores en el cielo. Sus amigos quedaron tan maravillados que quisieron aprender más. Inspirada por su entusiasmo, Luna comenzó a explorar otros fenómenos de la naturaleza: ¿cómo crecían las plantas? ¿De dónde venían las estrellas? Cada vez que aprendía algo nuevo, lo compartía con los demás, llevando siempre consigo la pequeña gema que Arco le había dado.

Con el tiempo, Luna y sus amigos organizaron un club de exploradores. Juntos investigaban, aprendían y cuidaban del mundo que los rodeaba. Y cada vez que aparecía un arcoíris en el cielo, Luna sonreía, sabiendo que no solo había descubierto un secreto maravilloso, sino también la alegría de compartirlo con otros.

Imagen intercalada 3 del cuento

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